9/9/21

LA ESCALERITA

 



—No contesta.

—¿Golpeaste la ventana del costado?

—Está cerrada.

—¿Pero golpeaste?

—¿Para qué?

—¿Cómo para qué? A lo mejor tiene la radio prendida.

—La radio no está prendida.

—A lo mejor está durmiendo. Andá y golpeá más fuerte.

—Ya golpeé.

—No te vas a quedar ahí sentada ¿no? Andá de nuevo.

—Ya fui un montón de veces, mamá. No contesta.

—¿Lo llamaste?

—Claro que lo llamé. No contesta.

—Ayer tampoco.

—Te quedó sucio.

—¿Qué cosa?

—El plato. Tiene grasa.

—No. Está rayado.

—Te digo que tiene grasa, no ves bien.

—Claro que veo bien, perfectamente veo.

—Tiene grasa.

—No importa si tiene grasa. Andá de nuevo y llamá fuerte.

—Te dije, mamá, no contesta.

—Ayer a la mañana ¿lo viste?

—No estuve ayer a la mañana.

—¿A qué hora te fuiste?

—A las siete y media.

—Y no lo viste.

—Qué lo iba a ver. Siempre duerme a esa hora.

—¿Y el viernes?

—¿El viernes qué?

—¿No lo viste?

—No me acuerdo.

—Yo tampoco lo vi el viernes.

—Mamá, ese plato también tiene grasa.

—¿Por qué no los lavás vos, ya que tenés tan buena vista?

—Yo lavo a la noche. Ahora me tengo que ir.

—Antes andá y fijate. No me voy a quedar todo el día así. A lo mejor

—¿A lo mejor qué?

—Y, hace tres días que no lo vemos.

—Cuatro.

—¿Cuatro?

—El jueves no vino a comer. Los jueves siempre come acá.

—No.

—Sí, los jueves siempre come acá.

—No, porque debía el mes pasado y le dije que no comiera más acá. Que pagara.

—Pero no estaba.

—¿Cuándo no estaba?

—El jueves.

—¿Cómo sabés?

—Porque lo fui a llamar para que comiera.

—¿Y por qué te metés, si yo le había dicho que pagara?

—¿Y yo qué sabía?

—Lo que pasa es que a vos no te importa. Si paga, si no paga, te da lo mismo. Después, la que tiene que lidiar con los problemas soy yo. Acá paga todo el mundo.

—Antes vos eras distinta con él.

—Antes. Ahora no.

—Pero él es otra cosa. 

—Ésas son ideas tuyas.

—Esta casa es de mi padre también.

—¿No me digas? ¿Adónde lo ves a tu padre, eh?

—La casa es de mi padre, te guste o no te guste.

—Bueno, que venga tu padre entonces, que se ocupe de la mugre, que se ocupe de pagar las cuentas. ¿Cuánto hace que no viene por acá? A ver si te pensás que tiene algún derecho todavía.

—El jueves vino.

—¿Quién?

—Papá.

—No lo vi.

—Habías ido a hacer las compras.

—No me dijiste.

—¿Para qué? Igual, no te vino a ver a vos.

—Claro, más bien. Alcanzame otro repasador ¿querés? De visita vino, nada más.

—Vino porque ésta es su casa.

—Sea como sea, acá no vive, acá no está.

—Ojalá estuviera, ojalá. Ya vas a ver si vuelve.

—¿Qué pasa si vuelve? ¿Te creés que me da miedo si vuelve?

—A él, papá no le cobraba.

—Pero yo sí le cobro, como a cualquiera.

—Es el hermano.

—Qué va a ser el hermano.

—Es como el hermano.

—¿No me digas? Justo vos decís eso. Secame esos cubiertos. Justo vos. Tendrías que cerrar bien la boca. Y dejá de moquear.

—¿Qué tiene que yo diga eso?

—Vamos...

—¿Qué tiene que yo diga eso? Es como el hermano ¿Y qué?

—Andá otra vez. Yo seco.

—No voy a ir otra vez. Decime qué tiene que yo diga eso.

—No me hagas hablar, andá; y si no contesta abrís la puerta. ¿No me oíste?

—No. No pienso abrir la puerta.

—Hace rato que sé.

—¿Que sabés qué?

—Que tenés la llave.

—Tengo esa llave y tengo las otras llaves. ¿O es una novedad que tengo las llaves? ¿Quién limpia cuando se van los inquilinos? ¿Vos limpiás?

—Mirá, no me hagas hablar. Yo sé por qué tenés esa llave. Hace años que vive acá, y cuando vas no vas a limpiar precisamente.

—Cortala, mamá.

—Sí, sí, yo la corto. Andá y abrí.

—No.

—Andá por el costado, fijate por la ventana del baño.

—(————)

—Fijate si hay olor.

—Sí que hay olor.

—¿Hay olor? ¿En serio?

—Sí. Me parece que sí.

—Debe ser de la rejilla, que se tapa. Andá y fijate.

—No es de la rejilla. Hay olor.

—Dame la llave. Voy yo.

—¿Y qué vas a hacer si está

—No sé. Tendremos que llamar a tu padre. No sé. Dame la llave.

—Para qué vas a llamar a papá. Qué tiene que ver él con esto. Dejame que seco las fuentes.

—Secá las fuentes y andá a buscar la llave. Si pasó algo, ¿Cómo querés que no le diga a tu padre?

—No le digas que yo tenía la llave.

—¿Ves? ¿Ves? Hace rato que yo sabía esto.

—(————)

—Hijo de puta.

—¿Quién hijo de puta?

—Él.

—¿Por qué hijo de puta?

—Porque se la pasaba diciendo que tu padre era como el hermano. Y después

—No era el hermano.

—Claro, resulta que ahora no era el hermano.

—Menos mal, porque si hubiera sido el hermano, vos.  Menos mal.

—¿Por qué menos mal? No me gusta el tonito, no me gusta cómo lo dijiste.

—Mejor no hablemos, mamá.

—¿De qué no hablemos?

—Dejalo así mamá. Dejalo así. Voy a ver si encuentro una llave que sirva. Seguí secando vos.

—Esperá.

—¿No querías la llave?

—Esperá. Sentate. Quiero que sepas una cosa. No sé quién te contó ni qué te contaron, seguro que fue él. Pero no es como te lo contó. Porque seguro que te dijo cualquier cosa.

—Él no me dijo nada.

—Seguro que te dijo, que te llenó la cabeza.

—No. Yo te vi.

—¿Qué me viste? ¿Cuándo?

—Yo tenía quince años.

—¿Y?

—Quince años.

—Ya dijiste que tenías quince años y no te seques los mocos con el mantel. ¿Y qué viste cuándo tenías quince años, eh?

—Nada, mamá.

—Entonces dejá de hablar pavadas y andá de una vez. Hacé algo.

—Me había levantado. Una noche me había levantado porque un viejo que soñaba en voz alta gritó. ¿Te acordás del viejo que gritaba de noche?

—No. Sí, sí, me acuerdo.

—Me asusté y te fui a buscar a la pieza. No estabas. Bajé. Me quedé acá, muerta de miedo, porque el viejo gritó de nuevo y me dio miedo volver arriba.

—¿Y qué?

—¿Cómo y qué? ¿Dónde estabas vos?

—No estaba en el fondo.

—Sí, mamá, estabas en el fondo.

—No, no estaba en el fondo. Yo no me acostaba con él, entendelo. No estaba en el fondo.

—¿Y dónde estabas?

—Mirá, me acuerdo muy bien de lo que pasó esa noche. Y también sé que vos te levantaste. Mirá si sé: Cuando viniste a la cocina se te rompió un vaso ¿no?

—Sí.

—Yo llegué a las seis. Me di cuenta que te habías levantado porque vi el vaso roto. Y me di cuenta porque manchaste con sangre la sábana, porque te pusiste una curita en el pie, y no me dijiste nada.

—¿Y dónde estabas vos?

—Venía de la comisaría. Él me acompañó. Vos dormías y él me acompañó.

—¿Por qué?

—Porque tu padre me había pegado.

—¿A las seis de la mañana fuiste a hacer la denuncia?

—Sí, a las seis de la mañana. Para que no te dieras cuenta.

—Mentira.

—¿Cómo mentira?

—Estabas en la cama con él.

—Estás loca. Nunca me acosté con él.

—Sí te acostaste con él.

—No te permito, callate la boca, mocosa de mierda.

—Él me contó.

—¿Qué te contó? ¿Ves? ¿Ves? Hijo de puta ¿Qué te contó, por Dios?

—Una vez le vi los ojos colorados. Estaba triste. Le vi los ojos colorados. 

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Estaba triste por vos. Por mí. Porque yo me había lastimado el pie con el vaso.

—Claro, por eso te cogía, para ver si se te curaba el pie ¿no?

—Ojalá. Ojalá me hubiera curado así todas las veces.

—Puta.

—Yegua.

—No tenés derecho. Soy tu madre.

—Linda madre. Salí, ni se te ocurra tocarme, eh?

—Mirá que. Andá. Andá y traé la llave de una vez.

—No tengo la llave.

—Andá y traé la llave. No me canses porque

—Te digo que no la tengo. No la tengo. No la tengo.

—Sí que la tenés.

—En serio, no.

—No me hagas perder la paciencia. Dejate de llorar ahora.

—No la tengo, mamá, no la tengo. A veces te mostraba que la tenía para que vos creyeras, porque tenía bronca, por lo que vos habías hecho. No la tengo, en serio. Y yo sé que te acostabas con él, que papá se fue porque te acostabas con él, que

—Basta.

—Basta no, mamá, ahora tenés que escucharme, papá se fue porque vos lo engañabas con él, porque te vio, porque

—Basta, callate, basta. Ya sé quién te llenó la cabeza, ya sé: tu padre te llenó la cabeza, tu padre te dijo todas esas barbaridades, ahora me doy cuenta, y vos te lo creíste, pobre desgraciada.

—Papá no miente, vos mentís, vos mentiste siempre.

—Estás loca, totalmente loca. Pobrecita hija mía, qué mal te hizo ese resentido, ese imbécil de tu padre; cómo se puede lastimar así a la propia hija.

—No me toques. Salí.

—Cómo no voy a tocarte, cómo no voy a decirte la verdad. Hija: nunca hice ninguna de esas cosas, nunca.

—Callate mamá, haceme el favor.

—No me importa lo que hayas hecho, estabas herida, estabas confundida, pobrecita alma mía. Además, las dos, solas. Él fue tan bueno con nosotras. Con las dos fue bueno.

—Salí, no me toques, dejame.

—A mí no tenés que engañarme. No hace falta. Siempre supe lo que hacías en el fondo, pero no te juzgo, no tenés que mentirme.

—No hice nada en el fondo.

—Ay, por favor. Te vi, hija, yo sí te vi.

—¿Qué me viste?

—Te vi, desnuda, con él, en la cama. Te vi por la ventana del baño, te vi, te oí. Pero no sabía que pensabas todo eso, no sabía, no me di cuenta de que te estabas vengando de mí, perdoname, hija, no sabía.

—¿Me viste?

—Sí, te vi. ¿Ves aquella escalerita? ¿La ves? Si la apoyás al costado de la ventana se ve la cama.

—¿Y me dejabas, mamá? ¿Vos me dejabas?

—Es que no quería

—Claro, no querías que llegara este momento. No querías que yo tuviera que decirte todo esto alguna vez. Llorá, llorá nomás, ahora sí podés llorar. Cuando sabías que me estaba revolcando ahí en el fondo con un tipo que me llevaba como treinta años no llorabas ¿no? Cuando sabías que me estaba haciendo mierda no llorabas ¿no?

—No, no quería. No quería que

—No querías porque a vos no te convenía.

—No digas, no vayas a decir

—Mamá: ¿Ves aquella escalerita?

—Basta.

—¿Sabés, mamá, que si ponés la escalerita al costado de la ventana del baño se puede ver la cama?

—Basta.

—Yo tenía quince años, mamá, quince años.

—Basta.

—Sí, mejor basta.

—Hace tres. Cuatro. Cuatro días que no lo vemos. Hay olor. No es momento de hablar ahora. Dame el repasador ¿querés?

—Sí, mamá, es momento. Hace rato que tendría que haber sido. Pero ya está. Ya sabemos, las dos.

—Tenemos que ir a ver.

—Vamos.

—Vos ponés la escalerita.

—Vos subís y mirás.

—¿No querés mirar vos?

—Es lo mismo.

—¿Estará en la cama?

—Puede ser.

—¿De veras no tenés la llave?

—De veras.

—Pero la tenías.

—Sí, la tenía.

—¿Entonces?

—La tiré.

—¿Por qué la tiraste?

—(————)

—Hija, ¿por qué la tiraste?

—(————)

—¿Qué día la tiraste?

—El jueves.

—Ah, el jueves.

— Sí. El jueves.

—¿No decís que vino tu padre el jueves?

—Sí. Vino.

—Ah.

—Dale, tenela que yo subo.

—Subí.

—Lo veo.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Está en la cama?

—Más o menos.

—¿Qué le ves?

—Una parte. Los hombros. No sé.

—Bueno, bajá.

—Mamá.

—¿Qué?

—Papá te va a preguntar.

—¿Qué cosa?

—De mí. Y de él.

—¿Y?

—Y, decile que es mentira.

—Bueno.

—Decile que eras vos.

—¿Qué era yo qué?

—La que estaba. El jueves.

—Bueno.

—¿Querés que guarde los platos?

—No, dejá. Yo los guardo.

 

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