—No contesta.
—¿Golpeaste la
ventana del costado?
—Está cerrada.
—¿Pero golpeaste?
—¿Para qué?
—¿Cómo para qué? A lo
mejor tiene la radio prendida.
—La radio no está
prendida.
—A lo mejor está
durmiendo. Andá y golpeá más fuerte.
—Ya golpeé.
—No te vas a quedar
ahí sentada ¿no? Andá de nuevo.
—Ya fui un montón de
veces, mamá. No contesta.
—¿Lo llamaste?
—Claro que lo llamé.
No contesta.
—Ayer tampoco.
—Te quedó sucio.
—¿Qué cosa?
—El plato. Tiene
grasa.
—No. Está rayado.
—Te digo que tiene grasa,
no ves bien.
—Claro que veo bien,
perfectamente veo.
—Tiene grasa.
—No importa si tiene
grasa. Andá de nuevo y llamá fuerte.
—Te dije, mamá, no
contesta.
—Ayer a la mañana ¿lo
viste?
—No estuve ayer a la
mañana.
—¿A qué hora te
fuiste?
—A las siete y media.
—Y no lo viste.
—Qué lo iba a ver.
Siempre duerme a esa hora.
—¿Y el viernes?
—¿El viernes qué?
—¿No lo viste?
—No me acuerdo.
—Yo tampoco lo vi el
viernes.
—Mamá, ese plato
también tiene grasa.
—¿Por qué no los
lavás vos, ya que tenés tan buena vista?
—Yo lavo a la noche.
Ahora me tengo que ir.
—Antes andá y fijate.
No me voy a quedar todo el día así. A lo mejor
—¿A lo mejor qué?
—Y, hace tres días
que no lo vemos.
—Cuatro.
—¿Cuatro?
—El jueves no vino a
comer. Los jueves siempre come acá.
—No.
—Sí, los jueves
siempre come acá.
—No, porque debía el
mes pasado y le dije que no comiera más acá. Que pagara.
—Pero no estaba.
—¿Cuándo no estaba?
—El jueves.
—¿Cómo sabés?
—Porque lo fui a
llamar para que comiera.
—¿Y por qué te metés,
si yo le había dicho que pagara?
—¿Y yo qué sabía?
—Lo que pasa es que a
vos no te importa. Si paga, si no paga, te da lo mismo. Después, la que tiene
que lidiar con los problemas soy yo. Acá paga todo el mundo.
—Antes vos eras
distinta con él.
—Antes. Ahora no.
—Pero él es otra
cosa.
—Ésas son ideas
tuyas.
—Esta casa es de mi
padre también.
—¿No me digas?
¿Adónde lo ves a tu padre, eh?
—La casa es de mi
padre, te guste o no te guste.
—Bueno, que venga tu
padre entonces, que se ocupe de la mugre, que se ocupe de pagar las cuentas.
¿Cuánto hace que no viene por acá? A ver si te pensás que tiene algún derecho
todavía.
—El jueves vino.
—¿Quién?
—Papá.
—No lo vi.
—Habías ido a hacer
las compras.
—No me dijiste.
—¿Para qué? Igual, no
te vino a ver a vos.
—Claro, más bien. Alcanzame
otro repasador ¿querés? De visita vino, nada más.
—Vino porque ésta es
su casa.
—Sea como sea, acá no
vive, acá no está.
—Ojalá estuviera,
ojalá. Ya vas a ver si vuelve.
—¿Qué pasa si vuelve?
¿Te creés que me da miedo si vuelve?
—A él, papá no le cobraba.
—Pero yo sí le cobro,
como a cualquiera.
—Es el hermano.
—Qué va a ser el
hermano.
—Es como el hermano.
—¿No me digas? Justo
vos decís eso. Secame esos cubiertos. Justo vos. Tendrías que cerrar bien la
boca. Y dejá de moquear.
—¿Qué tiene que yo diga
eso?
—Vamos...
—¿Qué tiene que yo
diga eso? Es como el hermano ¿Y qué?
—Andá otra vez. Yo
seco.
—No voy a ir otra
vez. Decime qué tiene que yo diga eso.
—No me hagas hablar,
andá; y si no contesta abrís la puerta. ¿No me oíste?
—No. No pienso abrir
la puerta.
—Hace rato que sé.
—¿Que sabés qué?
—Que tenés la llave.
—Tengo esa llave y
tengo las otras llaves. ¿O es una novedad que tengo las llaves? ¿Quién limpia
cuando se van los inquilinos? ¿Vos limpiás?
—Mirá, no me hagas
hablar. Yo sé por qué tenés esa llave. Hace años que vive acá, y cuando vas no
vas a limpiar precisamente.
—Cortala, mamá.
—Sí, sí, yo la corto.
Andá y abrí.
—No.
—Andá por el costado,
fijate por la ventana del baño.
—(————)
—Fijate si hay olor.
—Sí que hay olor.
—¿Hay olor? ¿En serio?
—Sí. Me parece que
sí.
—Debe ser de la
rejilla, que se tapa. Andá y fijate.
—No es de la rejilla.
Hay olor.
—Dame la llave. Voy
yo.
—¿Y qué vas a hacer
si está
—No sé. Tendremos que
llamar a tu padre. No sé. Dame la llave.
—Para qué vas a
llamar a papá. Qué tiene que ver él con esto. Dejame que seco las fuentes.
—Secá las fuentes y
andá a buscar la llave. Si pasó algo, ¿Cómo querés que no le diga a tu padre?
—No le digas que yo
tenía la llave.
—¿Ves? ¿Ves? Hace
rato que yo sabía esto.
—(————)
—Hijo de puta.
—¿Quién hijo de puta?
—Él.
—¿Por qué hijo de
puta?
—Porque se la pasaba
diciendo que tu padre era como el hermano. Y después
—No era el hermano.
—Claro, resulta que
ahora no era el hermano.
—Menos mal, porque si
hubiera sido el hermano, vos. Menos mal.
—¿Por qué menos mal?
No me gusta el tonito, no me gusta cómo lo dijiste.
—Mejor no hablemos,
mamá.
—¿De qué no hablemos?
—Dejalo así mamá.
Dejalo así. Voy a ver si encuentro una llave que sirva. Seguí secando vos.
—Esperá.
—¿No querías la
llave?
—Esperá. Sentate.
Quiero que sepas una cosa. No sé quién te contó ni qué te contaron, seguro que
fue él. Pero no es como te lo contó. Porque seguro que te dijo cualquier cosa.
—Él no me dijo nada.
—Seguro que te dijo,
que te llenó la cabeza.
—No. Yo te vi.
—¿Qué me viste?
¿Cuándo?
—Yo tenía quince
años.
—¿Y?
—Quince años.
—Ya dijiste que
tenías quince años y no te seques los mocos con el mantel. ¿Y qué viste cuándo
tenías quince años, eh?
—Nada, mamá.
—Entonces dejá de
hablar pavadas y andá de una vez. Hacé algo.
—Me había levantado.
Una noche me había levantado porque un viejo que soñaba en voz alta gritó. ¿Te
acordás del viejo que gritaba de noche?
—No. Sí, sí, me
acuerdo.
—Me asusté y te fui a
buscar a la pieza. No estabas. Bajé. Me quedé acá, muerta de miedo, porque el
viejo gritó de nuevo y me dio miedo volver arriba.
—¿Y qué?
—¿Cómo y qué? ¿Dónde
estabas vos?
—No estaba en el
fondo.
—Sí, mamá, estabas en
el fondo.
—No, no estaba en el
fondo. Yo no me acostaba con él, entendelo. No estaba en el fondo.
—¿Y dónde estabas?
—Mirá, me acuerdo muy
bien de lo que pasó esa noche. Y también sé que vos te levantaste. Mirá si sé:
Cuando viniste a la cocina se te rompió un vaso ¿no?
—Sí.
—Yo llegué a las
seis. Me di cuenta que te habías levantado porque vi el vaso roto. Y me di
cuenta porque manchaste con sangre la sábana, porque te pusiste una curita en
el pie, y no me dijiste nada.
—¿Y dónde estabas
vos?
—Venía de la
comisaría. Él me acompañó. Vos dormías y él me acompañó.
—¿Por qué?
—Porque tu padre me
había pegado.
—¿A las seis de la
mañana fuiste a hacer la denuncia?
—Sí, a las seis de la
mañana. Para que no te dieras cuenta.
—Mentira.
—¿Cómo mentira?
—Estabas en la cama
con él.
—Estás loca. Nunca me
acosté con él.
—Sí te acostaste con
él.
—No te permito, callate
la boca, mocosa de mierda.
—Él me contó.
—¿Qué te contó? ¿Ves?
¿Ves? Hijo de puta ¿Qué te contó, por Dios?
—Una vez le vi los
ojos colorados. Estaba triste. Le vi los ojos colorados.
—¿Y eso qué tiene que
ver?
—Estaba triste por
vos. Por mí. Porque yo me había lastimado el pie con el vaso.
—Claro, por eso te
cogía, para ver si se te curaba el pie ¿no?
—Ojalá. Ojalá me
hubiera curado así todas las veces.
—Puta.
—Yegua.
—No tenés derecho.
Soy tu madre.
—Linda madre. Salí,
ni se te ocurra tocarme, eh?
—Mirá que. Andá. Andá
y traé la llave de una vez.
—No tengo la llave.
—Andá y traé la
llave. No me canses porque
—Te digo que no la
tengo. No la tengo. No la tengo.
—Sí que la tenés.
—En serio, no.
—No me hagas perder
la paciencia. Dejate de llorar ahora.
—No la tengo, mamá,
no la tengo. A veces te mostraba que la tenía para que vos creyeras, porque
tenía bronca, por lo que vos habías hecho. No la tengo, en serio. Y yo sé que
te acostabas con él, que papá se fue porque te acostabas con él, que
—Basta.
—Basta no, mamá,
ahora tenés que escucharme, papá se fue porque vos lo engañabas con él, porque
te vio, porque
—Basta, callate,
basta. Ya sé quién te llenó la cabeza, ya sé: tu padre te llenó la cabeza, tu
padre te dijo todas esas barbaridades, ahora me doy cuenta, y vos te lo
creíste, pobre desgraciada.
—Papá no miente, vos
mentís, vos mentiste siempre.
—Estás loca,
totalmente loca. Pobrecita hija mía, qué mal te hizo ese resentido, ese imbécil
de tu padre; cómo se puede lastimar así a la propia hija.
—No me toques. Salí.
—Cómo no voy a
tocarte, cómo no voy a decirte la verdad. Hija: nunca hice ninguna de esas
cosas, nunca.
—Callate mamá, haceme
el favor.
—No me importa lo que
hayas hecho, estabas herida, estabas confundida, pobrecita alma mía. Además,
las dos, solas. Él fue tan bueno con nosotras. Con las dos fue bueno.
—Salí, no me toques,
dejame.
—A mí no tenés que
engañarme. No hace falta. Siempre supe lo que hacías en el fondo, pero no te
juzgo, no tenés que mentirme.
—No hice nada en el
fondo.
—Ay, por favor. Te
vi, hija, yo sí te vi.
—¿Qué me viste?
—Te vi, desnuda, con
él, en la cama. Te vi por la ventana del baño, te vi, te oí. Pero no sabía que
pensabas todo eso, no sabía, no me di cuenta de que te estabas vengando de mí,
perdoname, hija, no sabía.
—¿Me viste?
—Sí, te vi. ¿Ves
aquella escalerita? ¿La ves? Si la apoyás al costado de la ventana se ve la
cama.
—¿Y me dejabas, mamá?
¿Vos me dejabas?
—Es que no quería
—Claro, no querías
que llegara este momento. No querías que yo tuviera que decirte todo esto
alguna vez. Llorá, llorá nomás, ahora sí podés llorar. Cuando sabías que me
estaba revolcando ahí en el fondo con un tipo que me llevaba como treinta años
no llorabas ¿no? Cuando sabías que me estaba haciendo mierda no llorabas ¿no?
—No, no quería. No
quería que
—No querías porque a
vos no te convenía.
—No digas, no vayas a
decir
—Mamá: ¿Ves aquella
escalerita?
—Basta.
—¿Sabés, mamá, que si
ponés la escalerita al costado de la ventana del baño se puede ver la cama?
—Basta.
—Yo tenía quince
años, mamá, quince años.
—Basta.
—Sí, mejor basta.
—Hace tres. Cuatro.
Cuatro días que no lo vemos. Hay olor. No es momento de hablar ahora. Dame el
repasador ¿querés?
—Sí, mamá, es
momento. Hace rato que tendría que haber sido. Pero ya está. Ya sabemos, las
dos.
—Tenemos que ir a
ver.
—Vamos.
—Vos ponés la
escalerita.
—Vos subís y mirás.
—¿No querés mirar
vos?
—Es lo mismo.
—¿Estará en la cama?
—Puede ser.
—¿De veras no tenés
la llave?
—De veras.
—Pero la tenías.
—Sí, la tenía.
—¿Entonces?
—La tiré.
—¿Por qué la tiraste?
—(————)
—Hija, ¿por qué la
tiraste?
—(————)
—¿Qué día la tiraste?
—El jueves.
—Ah, el jueves.
— Sí. El jueves.
—¿No decís que vino
tu padre el jueves?
—Sí. Vino.
—Ah.
—Dale, tenela que yo
subo.
—Subí.
—Lo veo.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Está en la cama?
—Más o menos.
—¿Qué le ves?
—Una parte. Los
hombros. No sé.
—Bueno, bajá.
—Mamá.
—¿Qué?
—Papá te va a
preguntar.
—¿Qué cosa?
—De mí. Y de él.
—¿Y?
—Y, decile que es
mentira.
—Bueno.
—Decile que eras vos.
—¿Qué era yo qué?
—La que estaba. El
jueves.
—Bueno.
—¿Querés que guarde
los platos?
—No, dejá. Yo los
guardo.
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